1 de agosto de 2008

Chau

Viernes 9 de noviembre, siete de la tarde

Hasta hace dos horas, yo era la niña de la alegría, la de los ojos transparentes y la sonrisa abierta para cada una de tus miradas.
Ahora soy la niña de la tristeza. Me rondan los ángeles de la pena y de a ratos lloran conmigo, ayudándome a aplastar sobre la almohada este dolor que siento por primera vez, como también, por primera vez, me había sentido barrilete, gaviota, jet, impulsada por un sentimiento distinto a todos.
¿A quién contarle ciertas cosas sino a mi diario?
Tendría que hablar con mi mamá, pero me da vergüenza. Por eso, le dije que me había peleado con Sandra. No me hizo preguntas. Ella sabe que Sandra es mi mejor amiga; entendió entonces mis lágrimas y entendió que yo quisiera esconder la pena en mi propio cuarto.
Le mentí. Me duele el engaño pero hoy no puedo confiarle lo que realmente me sucede. No puedo. Acaso me anime mañana o pasado... Porque...
¿Quién mejor que mi mamá para comprenderme? A ella le basta mirarme y ...
Casi podría asegurar que adivinó todo pero, siempre, dulce mamá sabe encontrar el momento oportuno para hablarme. Y debe haberse dado cuenta de que no era éste.
Acurrucada sobre los pies de la cama, la gata me espía como si quisiera maullarme:
- Yo te acompaño, Ingrid.
¿De modo que ésta es la tristeza? ¿De modo que es una mano helada que araña la garganta y baja teloncitos de niebla sobre los ojos? ¿De modo que es una lastimadura invisible?
Hace dos horas me dijiste chau, Mariano, pero un chau diferente, no ése desganado y que estirábamos como un chicle para estar juntos un rato más cuando nos despedíamos cada tarde, al salir de la escuela. Tu chau de hoy significó que ya no vamos a ser amigos hasta la muerte. De repente, soplaste la llamita que yo creía que habíamos encendido entre los dos. Creía.
Lo cierto es que sólo yo la había entendido.
Y ahora también te digo chau y le digo chau a todo lo hermoso que vivimos a dúo. Pero antes de despedirme voy a hacer una listita de cosas que te dejo y otra de las que me llevo, aunque ya no te importen ni las unas ni las otras.
Te dejo:
-Los papelitos en los que copié tantos versos, ésos de amor que escribía mi mamá durante su adolescencia y que puso sobre mi mesa de luz, sin decirme nada, el día en que cumplí los doce y le conté que me gustabas...
-El chocolate a medio terminar que quedó en un bolsillo de tu campera la última vez que fuimos al cine. (¿Se habrá derretido, como tu cariño? ¿Harás un barquito para otra chica, con su envoltorio anaranjado?)
-El dibujo sobre la pared de tu casa, ese pájaro de tiza que, decías, nos iba a llevar volando alrededor del mundo el día en que fuéramos grandes...
-La ventana de ese rascacielos estilo ciencia-ficción que vimos en una revista extranjera y desde donde íbamos a festejar, mi cabeza en tu hombro, la llegada del año dos mil...
-Mi alegría, toda entera; no me queda ni una pizquita para mí.
Me llevo:
-La emoción del primer encuentro y el color de la siesta de primavera que nos vigilaba entre los árboles del Jardín Botánico...
-La tibieza de tu mano en la mía cuando me estrechabas con la excusa de que soy una despistada para cruzar las avenidas "porque tengo que cuidarte, Ingrid"; ¿tanto te cuesta entender los semáforos?"
-El anillito de doble hilera de canutillos, ése que enhebraron tus dedos y que pusiste en uno de los míos cuando volvimos a vernos después de las vacaciones de invierno...
Toda, toda esa tristeza, porque es únicamente mía.
Repaso una y otra vez los instantes que compartimos, Mariano.
¿Que pasó? ¿Es cierto que te vas de mi vida? ¿Es cierto que me vas a dejar sin el celeste de tus miradas? ¿Que hago, Mariano? ¿Es posible doblar los recuerdos queridos como pañuelos y olvidarlos en el cajón del placard? ¿Que hago con tantos caracolitos como se quedarán prisioneros en la punta de mi lápiz, porque ya no volveré a dibujártelos? (Uno por cada sonrisa tuya, te decía; uno por cada... ¿Los recordarás alguna vez?) ¿Y a quién le vas a decir "mi solcito" desde ahora en adelante? ¿Y a quién podré volver a decirle "el sol es tuyo" después de esta tristeza?
En tu patio ya estará anocheciendo y aunque el mismo atardecer cálido se está recostando sobre los balcones de mi casa, me parece que todo el frío se hubiera dado cita aquí.

Domingo 11 de noviembre, cinco de la tarde

Ayer a la noche no pude más y hablé con mamá. Le conté todo. Me escuchó atentamente. No sé cuánto tiempo lloré, abrazada a su dulzura.
Después, me dijo que las personas son como pequeños países, pero que no existen guías de turismo para enseñarnos a recorrerlas, para conocerlas a fondo... Por eso, a veces las sorpresas tristes, Mariano. Y otras, la alegría de encontrar territorios parecidos a los que nos imaginábamos... o hasta iguales a los que señalaban nuestros sueños...
Esta mañana, apenas me desperté, me trajo el desayuno a la cama. Para mimarme. Y debajo del plato de la mermelada me había escondido un sobre celeste, de ésos que solamente usa cuando tiene que escribirle una carta a alguien importante. Lo abrí y encontré estos versos que pegué a mi diario y que yo misma hubiera escrito si fuera grande y pudiera expresamente como lo hace mamá.
Ya casi los sé de memoria, Mariano, y acaso los copié y te los dé mañana, cuando te vea en la escuela. Dicen exactamente lo que siento. Parece una maga mi mamá.

Romance del país que no conocí
No conocí el paisito
de donde tú llegabas:
lo busqué en cada mapa
pero no figuraba.
Por eso, al ver tus ojos
yo me lo imaginaba
como un río celeste
oleando en sus mañanas.
(¿Fue el río el que te puso
de agua la mirada
y esa manera dulce
de apoyarla en la nada?)
No conocí el paisito
de donde tu llegabas:
por eso, al oír tu risa
yo me lo dibujaba
con una torre alta,
henchida de campanas.
(¿Fue allí donde aprendiste
la alzar la carcajada
y ese modo de darla
sonora, larga, clara?)
No conocí ese paisito
de donde tu llegabas:
Toqué tu piel y dije:
-Viene de donde se ama.
Por eso fui tu amiga:
de puro equivocada,
que hoy se que no había río,
ni torre, ni campanas...
Fuiste un sueño apenitas
y era yo quien soñaba.
Tan sólo había tu pecho
con la puerta cerrada,
sin rincón de caricias,
sin paloma anidada,
sin lugar para un beso,
sin luces ni guitarras.
Por eso no podías
sentir que me hacías falta
ni beber de a poquito
el color de mi lágrima.
Por eso no podías
atarte a mis palabras,
la mitad, entre risas
y la otra, lloradas.
En vano tantos versos
de siesta amanzanada.
En vano tantos versos:
mi silencio extrañabas.
Por eso, sin siquiera
decirme qué pasaba
en un día cualquiera
me dejaste olvidada.
Qué triste es despedirte,
pasajero de mi alma...
Tu recuerdo me sigue
como un pájaro en llamas.
No podías quererme.
Hoy lo entiendo y me daña
pero sé que es la vida
la que anuda o separa.
No conocí el paisito
del que te despegabas
ni tampoco tu el mío,
coloreado de infancia.
¿A quién culpar entonces
de estas cosas que pasan?
Me llevo mi solcito:
le sobra a esta nevada.
Mi última muñeca
mira y no entiende nada.
Mi última inocencia
es lágrima en la almohada.
Yo apago los reproches
como apago mi lámpara
mientras una certeza
se enciende en madrugada:
No pudiste quererme.
Eso es todo. Que lástima.
Ahora si:Chau Mariano.
Elsa Borneman

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